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Lisboa – Un agradable fin de semana en la capital lusa

Por lo pronto está siendo ya una costumbre el hacer un viajecito a cualquier lugar con la intención de celebrar el fin de curso y sobre todo el inicio de otro nuevo verano. El año pasado, con motivo del concierto de AC/DC en Sevilla, decidimos pasar allí el que fue un magnífico fin de semana el cual a mí personalmente, me sirvió de mucho a nivel personal. Para este año, decidimos ir un poco más allá, el destino elegido, Lisboa, aunque en un primer momento se planteó ir a Málaga, un estupendo lugar que aún no he tenido el placer de conocer. Pero me río yo de Rastreator porque Sandra sí que es buena rastreando las mejores ofertas en cuanto a viajes y todo lo que ello conlleva y es por eso que encontró una buena ocasión para ir a conocer Lisboa.

Aunque permitidme que antes de describir cómo fue nuestro inolvidable viaje reseñe brevemente cómo fue la memorable noche del jueves, la noche antes de partir hacia Portugal, porque Sandra tuvo el detalle de invitarme, con motivo de mi cumpleaños, a un inmejorable espectáculo, al Circo de los Horrores que por entonces estaba representando su función en Madrid (me consta que a día de hoy andan de gira por tierras latinoamericanas) Hasta el último momento Sandra mantuvo en secreto la sorpresa, no fue hasta que llegamos a La Cubierta de Leganés cuando por fin vi en qué consistía la sorpresa de cumpleaños. Sin duda Sandra, distes en clavo, al principio imaginé, debido a que me decías continuamente que teníamos que estar a cierta hora en tal sitio, que sería un teatro, un musical o un concierto, pero la idea de ir a ver tal espectáculo no pudo ser mejor.

Nada más llegar a La Cubierta ya pudimos observar la cantidad de gente que asistía al evento, desde antes de entrar, actores del espectáculo muy metidos en su papel iban de un lado a otro asustando a los asistentes que poco a poco se acomodaban en sus asientos. El Circo de los Horrores  estaba a punto de comenzar. Bajo una tenue luz, todo estaba decorado de manera siniestra, no faltaba nada, demonios, momias, niñas poseídas, monjas asesinas, el maníaco de la sierra, todos estaban allí presentes. En el centro, el escenario, decorado como un antiguo cementerio gótico y donde haría lugar la función. Toda una experiencia inolvidable el haber asistido a esta gala no sólo de terror, sino también de buenas escenas acrobáticas, números sensacionales y sobre todo, escenas muy cómicas donde los actores interactuaban en todo momento con el público, sin duda, lo mejor del Circo de Los Horrores. Como es evidente, no quiero contar nada en concreto sobre este espectáculo ya que mataría la sorpresa de aquellos interesados en ir a verlo, pero para terminar, decir que hacía tiempo que un servidor no se lo pasaba tan bien, salí del espectáculo completamente renovado anímicamente, lo pasé realmente bien y durante el tiempo que duró fui muy feliz. Una función llamativa, sensacional y además, vivida en compañía de alguien excepcional.

A la mañana siguiente, muy temprano, fuimos rumbo al aeropuerto para coger el avión a Portugal. Del viaje ni me enteré, la noche anterior dormimos muy poco, apenas tres horas y media y fue tomar asiento en el avión y caer inconsciente. Al despertar ya estábamos a punto de aterrizar en Lisboa. Hacía una mañana nublada, tras llegar al hotel y dejar las maletas, no perdimos tiempo alguno, nos dimos un merecido desayuno -en el que probé los Pasteles de Nata, repostería tradicional de Portugal y que están deliciosos-  y nos pusimos manos a la obra, visitamos todo el centro de Lisboa. Me sorprendió lo antigua que es la ciudad, parece que está anclada en el tiempo a pesar de que las calles estén abarrotadas de tiendas y restaurantes. Edificios antiguos y la mayoría sin rehabilitación alguna, era todo lo que abundaba en pleno centro, además de unas plazas enormes con unas vistas estupendas como La Praça do Comércio (Plaza del Comercio, más conocida por Terreiro do Paço), una de las más importantes plazas de Lisboa y que fue foco importantísimo del comercio marítimo de la ciudad. Por momentos, Lisboa me recordaba -y no vagamente como se suele decir- a las viejas ciudades de Italia, sobre todo por esas gastadas calles en cuesta, esos edificios tradicionales y centenarios que impasibles perduran durante años. Hablando de edificios, lo más característico de los edificios de Lisboa es claramente sus azulejos, una costumbre inéditamente portuguesa el decorar por fuera los edificios con preciosos azulejos artesanales. Algunos son realmente maravillosos.

Fuente: Google.es

Tras salir pálido del famoso Elevador do Carmo (Elevador de Santa Justa) un ascensor que une los barrios de la Baixa Pombalina y el Chiado en Lisboa, necesitaba reponer fuerzas y por supuesto, faltaría más, quería degustar la comida portuguesa y nos dirigimos a un restaurante donde pudimos disfrutar de un estupendo almuerzo. No recuerdo el nombre de lo que comí exactamente, y tampoco lo encuentro navegando por internet, pero para haceros una idea, el plato consistía en un delicioso solomillo de ternera, con lechugas, patatas fritas, piña, melocotón y un delicioso aceite de oliva (azeite) uno de los cimientos más importantes  de la cocina portuguesa.

Tras pasar un día de turismo por todo el centro de Lisboa, la noche del viernes fue la mejor de las dos noches que pasamos en la capital portuguesa. El cumpleaños de Sandra había sido recientemente y claro está, quería invitarla a cenar. El sitio elegido fue el Hard Rock Café de Lisboa. Nunca había estado en uno, a pesar de que subo muchísimas veces a Madrid (donde allí se encuentra uno de los Hard Rock Café más importantes del mundo) y estaba bastante emocionado. Y no es para menos, desde el primer momento me embriagó una agradable sensación, el ambiente era muy placentero. Una clientela muy selecta, una comida excelente (y cuantiosa) y un servicio muy completo, correcto y sobre todo muy amable. Parece que estoy haciendo publicidad descarada pero no, indiscutiblemente entrar en un Hard Rock Café es toda una experiencia y si además eres amante del buen Hard Rock ya es para tirar cohetes. Estábamos cenando, manteniendo una agradable conversación mientras en todos los televisores del establecimiento (y con la música bastante alta) echaban una y otra vez videoclips de grupos como Whitesnike, Bon Jovi, Def Leppard, Scorpions, Alice Cooper, Metallica, Europe, Guns N’ Roses, Van Halen, Cinderella, y un grandísimo etc. A todo esto hay que sumarle que los camareros del Hard Rock Café parece ser que tienen la obligación de “alborotar” un poco la situación y es por eso que delante de todos se ponen a bailar y a cantar mientras están sirviendo los platos, algo que recuerda a una escena de cualquier musical.

Tras la más que agradable cena, fuimos a la discoteca más importante de Lisboa, la discoteca Lux cuyo propietario es nada más y nada menos que John Malkovich. Los que me conocen saben que no soy muy amigo de las discoteques pero si hay que ir se va, yo no le hago ascos a nada y he de decir que me lo pasé muy bien. Sandra está de testigo que lo di todo en la pista, ¡vamos, que no me contrataron de gogó de milagro vaya!

Llegamos muy tarde al hotel pero a la mañana siguiente ya estábamos predispuestos a seguir conociendo los lugares que Lisboa nos tenía por descubrir. Cuando ya nos habíamos recorrido todo el centro de Lisboa, a la mañana del sábado, decidimos ir por los alrededores y en primer lugar visitamos el Castelo de São Jorge (el Castillo de San Jorge) situado en la más alta colina del centro histórico, proporcionando a los visitantes una de las más bellas vistas sobre la ciudad y sobre el estuario del río Tajo. Las vistas eran alucinantes, de vértigo, toda Lisboa bajo tus pies. Era tal la sensación de libertad que en ningún momento quería irme de allí, sentía la necesidad de quedarme el mayor tiempo posible. Mención especial al chófer del autobús que a cada curva que cogía temíamos por la vida de alguien. Vale que fueran curvas muy complicadas y en cuesta pero es por ello que hay que tener una mayor precaución. Y es que tanto los taxistas y autobuseros lusos se caracterizan por ser los temerarios más temerarios del volante y eso es algo que pudimos comprobar Sandra y yo. ¡Miedo daba!

Habíamos elegido movernos por Lisboa en uno de esos autobuses turísticos los cuales una vez que has pagado tu ticket puedes viajar en él las veces que quieras durante el fin de semana, así que eso nos ahorró el ir de taxis y sobre todo, nos ahorró el desgaste físico que conlleva el tener que ir andando de aquí para allá y con todo el solano de frente. También gracias al bus pudimos ver muchos lugares de Lisboa de cuales sólo reseño aquí los más importantes puesto que si tuviera que contar todos y cada uno de los lugares que vimos este artículo sería enorme. Así que una vez que vimos el Castillo de San Jorge decidimos ir a la otra punta de las afueras del centro de la ciudad, a la zona nueva, donde tuvo lugar la Expo 98 de Lisboa cuyo tema fue «Los océanos: un patrimonio para el futuro». La zona está situada al límite oriental de la ciudad, junto al río Tajo. Todo el sector está rodeado de pabellones que, a diferencia de los de la  Expo 92 de Sevilla, éstos se siguen utilizando, albergando centros comerciales, restaurantes, hoteles, etc. El más conocido, el ahora llamado Parque das Nações (Parque de las Naciones)

Aquel lugar es fabuloso, además de los modernos edificios y las glorietas, esculturas y fuentes de un toque tan fresco, se sitúa el famoso teleférico, el Oceanográfico (uno de los mayores acuarios de Europa), y además posee una avenida entera de modernos restaurantes que dan todos de frente al Rio Tajo donde de fondo se observa el que es el puente más largo del Mundo, el famoso Puente Vasco da Gama. Pues en uno de esos restaurantes, para ser más exactos, en el Cervejaria, nos regocijamos de una grata y atrayente comida, y sobre todo, de un lugar maravilloso, idóneo y con unas vistas idílicas. Así es Lisboa, un espléndido lleno de contemplativos lugares.

Nos quedaba por ver una de las zonas más importantes de Lisboa, que se encuentra situada en la desembocadura del río Tajo, concretamente, el barrio de Santa María de Belém al suroeste de Lisboa. Si quedé maravillado por el emplazamiento de la Expo 98, donde habíamos pasado toda la mañana, más exhausto me quedé al contemplar el omnipresente Puente del 25 de Abril y posteriormente –ya que está más hacia delante- la Torre de Belém. Desde la parte de arriba del autobús turístico, al cual le debimos mucho ya que además de ahorrarnos largas caminatas, sentaba de maravilla recorrer toda Lisboa en un autobús descapotable dándote todo el fresco aire en la cara, se veía de forma colosal ese puente rojo, el cual casi todos conocemos de sobra por el famoso anuncio de Mapfre. Fue hermoso pasear franqueando ese gigante de metal, tan alto que daba vértigo sólo de verlo. Imposible no mencionar también el Monumento aos Descobrimentos (El Monumento a los Descubrimientos), un monumento que conmemora los 500 años de la muerte de Enrique el Navegante. Como podéis ver, Lisboa posee lugares que parecen sacados de un cuento, un cuento fantástico.

La Torre de Belem, cuya estructura tiene claras influencias islámicas y orientales, forma uno de los primeros baluartes para artillería en Portugal. De hecho, muy cerca se encuentra el Monumento a los soldados portugueses caídos en la guerra de ultramar, un monumento con un estilo modernista, y que personalmente me dejó prendado.

Cuando nos dimos un par de vueltas más en el bus turístico (no os imagináis lo a gusto que se estaba ahí arriba) decidimos ir a cenar y vivir una vez más la noche portuguesa. Cenamos en un irlandés bastante bueno y en cuya terraza se estaba de lujo y tras dar un relajante paseo por una ciudad excelentemente iluminada, decidimos ir a visitar una de las discotecas que la camarera del Hard Rock Café nos había aconsejado la noche anterior, la Music Box. Y ahí llega lo inolvidable, la pesadilla en vivo, lo raro mezclado con los visceral y lo absurdo. Y es que coincidió que, en esa misma noche de sábado, se daba cita un evento catastrófico, nada más y nada menos que, una fiesta Cheryl. ¿En qué consiste semejante fiesta? Juzgen ustedes mismos, tan sólo hay que ir disfrazado de la manera más ridícula posible y bailar al son de música psicodélica. Sandra y yo no teníamos ni la más remota idea de la existencia de eso –que no sé ni catalogarlo y cuando entramos y nos dimos de bruces con ese plantel no sabíamos si reír o llorar. Entendednos, sin conocer nada a lo que respecta la cultura Cheryl, al entrar y ver a gente ataviada con disfraces sin sentido alguno y de fondo un proyector gigantesco que no paraba de emitir una y otra vez psicodélicos vídeos cuyo fín parecía incitar la violencia y el asesinato, nos quedamos los dos con una cara de What the fuck? acojonante. Dos horas aguantamos, y nos fuimos rendidos al hotel no sin antes dar otro paseo nocturno.

Al medio día del domingo, mientras en el aeropuerto esperábamos el avión –el cual se retrasó más de una hora- nos dio tiempo de ver el partido de Nadal contra Djokovic. Hubiera sido genial que nuestro Nadal ganara al serbio para culminar el que fue un fantástico fin de semana en Lisboa.

¡Gracias Sandra!