Dos tiburones blancos en la J-Bay Open de Sudáfrica
El surf no es como montar en bici, que por mucho tiempo que lleves sin montarte en una bicicleta nunca te olvidas de cómo se hace y a la primera que la pillas pedaleas tranquilamente. Lo malo de tirarse tanto tiempo sin surfear es que cuando vuelves a hacerlo te sientes oxidado, nada ágil, y durante las primeras horas pareces ser el principiante que un día fuiste. Espero que la torpeza me dure poco cuando regrese a mi tierra a finales de la sema próxima.
Pero el motivo de este nuevo post es para escribir sobre algo que ha acaparado la atención –y no es para menos- de medio mundo en estos últimos días. Hablo del ataque de dos tiburones blancos al surfista australiano Mick Fanning, ex campeón del mundo. Fanning milagrosamente salió ileso del ataque de dos tiburones blancos que sufrió el pasado domingo en el campeonato J-Bay Open de Sudáfrica. Han leído bien, ¡dos tiburones blancos! A pesar de que uno de ellos no se deja ver en las imágenes, si la sola idea de verte atacado por uno de ellos aterra, imaginaos si son dos.
«Me sentí tan insignificante. Esa cosa se movía de forma tan poderosa y tan rápido» M. Fanning
Dos son las conclusiones que saco de este suceso. En primer lugar, y aclarando que soy un completo ignorante en esto de los tiburones blancos, creo que ambos escualos no tendrían mucha hambre o mejor aún, no tendrían mucho interés en atacar al surfista. De ser así, Fanning no hubiera salido vivo de allí. ¿Quizás los tiburones sólo pasaban por allí por mera curiosidad? Puede ser. Porque, y repito, desde mi completa ignorancia, estoy seguro que si a dos tiburones blancos les da la vena de atacar a un bañista lo hacen en un santiamén. Una suerte como pocas es la que tuvo el señor Fanning en el agua aquel día.
«Cuando perdí la tabla pensé que ya estaba acabado. Escapar del ataque de un tiburón sin un rasguño, eso es un auténtico milagro», M. Fanning
Por otra parte. Este tipo de hechos sólo aviva aún más la fobia, en mi opinión, desorbitada, que la gente tiene respecto a los tiburones. Desde lo ocurrido a Mick, las redes sociales se han volcado en ello y son muchos los comentarios de personas que a uno le llama más la atención que lo realmente sucedido. Hay personas que, independientemente de que vivan cerca o lejos del mar, sienten pavor a la hora de meterse al agua por si les ataca un tiburón. Es respetable y ciertamente comprensible que cada persona tenga sus miedos, fobias y demás. Pero veo exagerado que por noticas como esta la gente extreme sus miedos al agua. Seamos un poco más racionales. Muere mucha, muchísima más gente por accidentes de coche y no veo a tanta gente con fobias a montar en ellos. No poseo ahora mismo la estadística ni me molestaré en buscarla porque estoy segurísimo de que el número de gente que muere por ataques de tiburones es enormemente inferior al número de muertes por accidentes automovilísticos, domésticos, etcétera. Mantengamos la calma. Meternos al agua no es ni de lejos lo más peligroso que podamos hacer.
Go surfing!
Crónica del último día de olas
Sabía que serían las últimas del verano, las miraba atónito, las contemplaba con admiración y asombro, como si las hubiera visto por primera vez. Esa era una mañana especial, y tanto que lo era. Esa misma mañana me despedía de mi playa, hasta no sabía cuándo. Era casi mediodía, y se notaba que estábamos bien entrados en septiembre. La playa se presentaba sin esa multitud de veraneantes y volvía a recobrar esa estampa majestuosa que cada verano se enturbia por la burda presencia de forasteros y turistas que la colapsan y la ensucian. Las olas eran enormes. Como gigantes que aporrean sus tambores, esas olas partían en la dorada orilla y su estruendo anunciaba el fin del verano. Volvía a ser el fin, la melancolía comenzaba a brotar por mis venas y emborrachaba mi mente de no sé cuántos recuerdos. Porque mi vida entera está allí, estaba allí. La sentía como nunca. Montaba a lomos de esas olas que todo amante del surf anhela y dejaba que me llevaran, sin pretender nada más, ni giros, ni técnica alguna, sólo quería surcarlas, que mi cuerpo y mi mente se ensimismaran ante tal esplendor, y sentirme por un instante formar parte de ellas. No sé cuánto tiempo pasó, cuánto estuve dentro del agua, sólo salí cuando me sentí exhausto. Me senté en la suave y cálida arena, y contemplaba con delicadeza la belleza que me rodeaba. Mis lágrimas se mezclaban con el agua salada en la que me había bañado. Soy feliz, me decía, y daba gracias por vivir aquello.

Le hice esta foto a mi tabla mientras esperaba el autobús. Cargar con ella y meterla dentro me ha hecho vivir alguna que otra anécdota muy graciosa.
Vuelta a los inicios
http://vimeo.com/gustavoamarante/p5
































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