Sobre antifascismo y ‘antifas‘. Fascismo por todos lados
Me van a perdonar sus señorías, pero creo más necesario que nunca recomendar a más de uno que reajuste su radar antifascista, porque algunos ven fascismo donde no lo hay. Llamar fascista a un trasnochado que va con la bandera del aguilucho me parece dar en el clavo, porque a cada cosa se la llama por su nombre. Pero llamar fascistas a unas señoras que, contentas ellas, se manifiestan cívica y pacíficamente, ataviadas con sus cacerolas y sus banderas de España a los hombros, no me parece muy acertado ni sensato. Algunos están tan obsesionados con el fascismo que son capaces de ver fascismo hasta en un Bollycao caducao. Esto lo digo por aquellas manifestaciones que a mediados del mes pasado se sucedían a diario por las ciudades de nuestro país. Y no, no me refiero a la manifestación motorizada programada por el partido VOX, me refiero a toda esa gente que, bastante antes, de forma esporádica y sin que ningún partido lo orquestara, se echaba a la calle a expresar su descontento por la gestión del Gobierno frente a la crisis del Covid-19. A medida que avanzaba el mes de mayo, a todos se nos dejaba salir a partir de las ocho de la tarde para hacer deporte y pasear y los vecinos de la famosa calle madrileña Núñez de Balboa aprovecharon para protagonizar una cacerolada contra el Gobierno. Los días pasaban y, pareciendo que todo quedaría ahí, en algo anecdótico, poco a poco las caceroladas se fueron extendiendo por toda España. Lo que comenzó en un barrio adinerado se extendió por barrios de toda índole y por todas las ciudades de nuestro país. Pero la mecha se encendió cuando un grupo de nueve personas, ocho personas de edad media y una chica joven (que son los que se ven en el vídeo que corría por Twitter en esos días) decidieron darle a las cacerolas en pleno barrio de Vallecas, el barrio antifascista por excelencia. ¿Personas con mascarillas, cacerolas, protestado contra el Gobierno de forma pacífica y encima ataviadas con la bandera constitucional española? ¡Ni hablar! Eso era demasiado fascista para un barrio como Vallecas y claro, no tardó en echarse a la calle la muchachada ‘antifa’ a plantarle cara a los descarados facciosos. Vean el vídeo y juzguen ustedes mismos. En él se puede observar como casi una treintena de antifascistas rodean e increpan a nueve personas (quizás alguna más) al grito de ‘fascistas’ y ‘fachas’ que, para esta gente, en verdad creo que ambas cosas vienen a significar lo mismo. Al poco tiempo los ánimos se encendieron más en la cacerolada de Alcorcón. Allí se dieron cita más antifascistas para plantarles cara a los peligrosos fascistas que, como en los vídeos se puede comprobar, casi todos superaban los cincuenta años y como buenos fascistas, aporreaban con energía sus cacerolas y agitaban sus banderas. Aquí la tensión fue aún mayor, los jóvenes antifascistas se mostraban más alterados, quizás porque ante sus ojos veían cómo cada vez salían más fascistas a la calle. Todo eso provocó que, con los días, minoritarios grupos de extrema derecha o fascistas se echaran a la calle con sus banderas pre o anti constitucionales para contestar de alguna forma a los grupos de extrema izquierda que tanto hostigamiento habían mostrado a los pacíficos manifestantes de las cacerolas. Se unieron a la fiesta unos radicales que quisieron hacer frente a otros radicales. Pero estos últimos en unirse a la fiesta no eran más que una marginalidad en comparación a la cantidad de gente que de manera pacífica se manifestaba en las calles. Otro de los vídeos virales y que sus señorías pueden encontrar fácilmente buscando en Twitter, fue uno ubicado en una céntrica calle de Sevilla. Unos chicos, con pintas de anti sistema, increpaban a los manifestantes que se hacían notar por el centro de la capital hispalense haciendo sonar sus cacerolas y luciendo con orgullo sus banderas. Una chica del grupo, la más alterada, comienza a llamar «Hija de puta» y «Fascista» a una señora que le reprochaba su actitud violenta.

Imagen: elindependiente.com/ Agencia EFE.
‘ANTIFAS’, los paladines de la libertad y la democracia
Grupúsculos antifascistas, o más conocidos como ‘antifas’, muchachitos y muchachitas militantes de la extrema izquierda, los paladines de la libertad y la democracia que durante esos días increpaban a quienes se manifestaban libre y pacíficamente. Y que conste, que no me parece mal que ellos se manifiesten frente a los que se manifiestan para criticar al Gobierno. La libertad de expresión debe ser siempre multidireccional. Pero esto es algo que a veces éstos no entienden. Las calles son siempre de ellos, o eso gritan constantemente, y lo demás es fascismo, todo es fascismo. Sus señorías me van a permitir que os cuente algo. Los falangistas, cuando la Falange Española aún no tenía ni un año de existencia, allá por su fundación en 1934, tenían como hobby (entre otros de dudoso gusto, claro), el reventar actos y charlas de partidos y organizaciones contrarias. Allá donde había un acto de la UGT, etcétera, allí estaban los falangistas reventando el acto. Ojo, que esto, en aquellos años treinta del siglo pasado era común que lo hicieran tanto unos como otros. Pero el caso es que era habitual ver a los camisas azules reventando actos culturales y políticos. Pues bien, los antifascistas o ‘antifas’, hoy día, de vez en cuando, tienen la misma costumbre. Yo los he sufrido en mis propias carnes. Cuando estaba en Madrid, estudiando la carrera de Derecho, estaba programada en una de las aulas de mi facultad una conferencia del famoso economista Juan Ramón Rallo, conferencia que no pudo celebrarse en condiciones normales porque un grupo de ‘antifas’ reventaron el acto de forma violenta. Hasta tuvieron el detalle de tirar una bomba fétida, porque ya saben, para destruir al fascismo cualquier arma es poca. La intención del grupúsculo antifascista era protestar contra el capitalismo y sus voceros. Sí, si hubiesen sido los falangistas (que aún hoy existen) los que de manera violenta hubieran reventado el acto, los mismos antifascistas dirían que fue un agresión fascista, y que al fascismo no se le combate sino que se le destruye y todas esas cosas. Pero como el acto lo reventaron ellos, los buenos, los que tienen la única ideología solidaria, la moral pulcra y correcta, y sus luchas son todas loables, pues todo okey, José Luís, todo okey, todo okey. Pero mi intención, tras contar esta anécdota vivida, no es la de demonizar a todo el colectivo antifascista y sus distintas coordinadoras y demás. Sé que el movimiento antifascista es muy amplio, imagino que entre sus filas habrá quienes no compartan estas actitudes. Pero estas cosas suceden y no está de más recordarlo, aunque uno quede como un demonio fascista al hacerlo.
Yo no concibo un régimen que no sea puramente parlamentario y democrático, claro que no se puede ser demócrata sin ser antifascista, el problema es que hay mucho antifascista que tiene poco de demócrata.
Los motivos por los que en esas tardes de mayo los ‘antifas’ increpaban a los manifestantes de las cacerolas y las banderas rojigualdas al grito de «Fuera fascistas de nuestros barrios», eran los siguientes: que estaban incumpliendo la distancia de seguridad y poniendo en peligro la seguridad de todos (se ve que ellos no la incumplían, ellos son inmunes al coronavirus); que se manifestaban contra un gobierno legítimo (parece ser que expresar tu desacuerdo pacíficamente contra el gobierno de turno ya equivale a querer dar un golpe de Estado); por defender la derecha (¿con qué exactitud afirman que todos los manifestantes eran de rigurosa derecha?) sus privilegios cuando nunca se manifiesta por la Sanidad Pública como hacen solamente ellos. De hecho en los encontronazos de aquellos días, muchos antifascistas gritaban «¡Sanidad Pública!«, pero, ¿acaso los de las cacerolas proferían gritos a favor de la sanidad privada? ¿Se estaban manifestando contra la Sanidad Pública? Porque me parece a mí que no. Es más, en redes sociales y en las calles se dejaron ver muchos sanitarios con sus banderas de España apoyando las manifestaciones; y por supuesto, por ser fascistas. Porque es algo automático, son ellos y el fascismo, si no estás con ellos, eres fascista, es así de simple. Y si encima llevas una bandera de España, por muy constitucional que sea, con más razón. Claro, estamos actualmente ante un Gobierno de coalición de izquierdas, según parece además, es el gobierno más progresista de nuestra joven democracia, y esto hace que cualquier discrepancia contra el Gobierno, por superficial que sea, te convierta en un fascista. Es de cajón. ¿Cómo no entenderlo? Y que conste que yo no salí a la calle ningún día a protestar contra el Gobierno actual y su gestión. De hecho estoy seguro que si gobernara la derecha, la cifra de muertos hubiese sido la misma. Gobernara quien gobernara, este virus se iba a cebar igualmente con el país. Y otra cosa, ¿acaso si gobernara la derecha de Mariano Rajoy en estos días, las izquierdas no hubiesen salido a la calle a protestar y a expresar su descontento por los motivos que fuera? ¿Se hubieran manifestado de la misma manera que los «fascistas» de las cacerolas? Porque estos seres fascistas dados a la percusión con enseres de cocina no quemaron ni destrozaron mobiliario alguno como sí suele suceder en manifestaciones de la extrema izquierda. Acuérdense de cuando entró VOX al parlamento Andaluz aquel mes de diciembre, los disturbios (pocos, todo hay que decirlo) que hubo. Si toda esta gente, que a mediados de mayo se echaron a las calles golpeando cacerolas y gritando «Sánchez Dimisión«, fue tachada de fascismo, no me quiero ni imaginar qué pasaría y qué dirían si lo hubieran hecho como la izquierda radical ha hecho en ocasiones.

Imagen: abc.es/ Guillermo Navarro
Imagínense que fuera al contrario, que grupos de izquierdas se manifiestan y vienen otros a boicotearles la manifestación. Ya sé qué alegarían, ¡que es un ataque fascista! Porque protestar parece ser que sólo pueden protestar ellos. Ya saben, ellos contra todo lo que no sea ellos, y todo lo que no sea ellos, es fascismo. La actitud de la izquierda moderna, tanto la izquierda política como la mediática, me parece un delirio. Me parece extremadamente peligroso e irresponsable que incluso cargos públicos a través de sus perfiles de Twitter definieran como fascistas o fascismo a todas esas personas que se congregaban a cierta hora de la tarde en las calles para protestar cacerola en mano. En esos días se hablaba de las dos Españas, de enfrentamiento entre españoles. Pero yo no vi eso, no se veía eso. En primer lugar porque la mayoría de españoles se encontraban en sus casas, porque por mucho que se extendieran las caceroladas por todo el país, y fueran bastante numerosas, esos manifestantes eran sólo una ínfima parte de la ciudadanía, y si ellos eran una ínfima parte, no quiero decir ya lo que representaba la extrema izquierda que orquestaba las contramanifestaciones: la marginalidad de la marginalidad. No se veía en ningún momento a un país dividido, lo que se veía eran grupos marginales de extrema izquierda queriendo boicotear las manifestaciones de personas que ejercían su plena libertad para protestar pacíficamente. Esto no quita, como siempre, que entre esas congregaciones de personas que mostraban su descontento, hubiera algún cabeza de chorlito que insultara o cayera erróneamente en provocaciones, porque de todo hay en la viña del Señor. Ninguna congregación de personas, sea del color político que sea, está exenta de tener entre sus filas a un tonto haciendo tonterías. Y eso se pudo comprobar, ahora sí, en la manifestación motorizada liderada por VOX. Ahí se pudo ver a varios idiotas y a algún que otro orangután homófobo. Pero aún así, tampoco me parece sensato y ajustado a la realidad llamar fascistas a los que acudieron al llamado de VOX aquel día.

Imagen: larazon.es/ Agencia EFE/Paolo Aguilar
Pero no todo el que discrepa es un odiador cuya misión es atacar a homosexuales, mujeres e inmigrantes. Que no me vengan con la famosa paradoja de tolerancia descrita por Karl Popper, que me la conozco bien.
ANTIFASCISMO como concepto y no como propaganda
Que desde las izquierdas llamen facha o fascista a todo aquel que les discrepe, aunque sea de la manera más superficial, en algún tema concreto, es algo que no ocurre desde hace poco, todo hay que decirlo. Esto ya es mas viejo que el hilo negro. Pero en estos últimos años se ha acentuado bastante, muchísimo, no hay término medio. Si muestras discrepancia, si tu punto de vista es distinto al de los seres de luz antifascistas que pululan por todos los rincones de las izquierdas, eres un fascista. ¿Cómo osas llevarles la contraria? Ellos cabalgan a lomos del bien y de la verdad en todo momento y en cualquier debate, el único relato válido es el suyo. En estos últimos años, a través de las redes sociales, entrevistas en la televisión, etcétera, desde las izquierdas se alude constantemente al antifascismo y a eso de que no se puede ser demócrata sin ser antifascista. Sacan a lucir su antifascismo a la mínima oportunidad. Recientemente la ministra de Igualdad, Irene Montero, en una rueda de prensa, instaba a la UE a tomar una decisión «Antifascista» y «Valiente» ante la crisis del Covid-19. ¡Ya tardaba el coronavirus en ser fascista, oiga! Yo no le veo ningún problema al concepto antifascista, el problema lo veo en quienes ondean el estandarte del antifascismo día sí día también. Yo no concibo un régimen que no sea puramente parlamentario y democrático, claro que no se puede ser demócrata sin ser antifascista, el problema es que hay mucho antifascista que tiene poco de demócrata. Siempre me ha interesado la política y el politiqueo (que no es lo mismo), y siempre he estado pendiente de lo que dicen unos y otros. Y durante muchos años he visto cómo muchos izquierdistas, tan antifascistas y anti franquistas ellos, luego se hacen pajas de sangre pensando en otros regímenes totalitarios o dictadores (véase la foto de arriba). A mí, nadie que tenga sueños húmedos con regímenes totalitarios, sean del color y signo que sean, puede darme lecciones de libertad y democracia.
«¡Soy antifascista, así que nada de lo que diga o haga puede ser usado en mi contra!»
Sí, antifascismo como concepto, pero no como propaganda. Me refiero al antifascismo como rechazo a cualquier movimiento totalitario, pero no al antifascismo como avanzadilla propagandística de las ideas y actitudes de la extrema izquierda. Muchos, la mayoría de estos grupúsculos antifascistas, tienen un claro marco mental y político, una línea de pensamiento muy marcada. En todos estos grupos antifascistas, salvando excepciones, impera un pensamiento monolítico aunque te intenten vender que siempre hay transversalidad entre sus filas, como ocurre con el feminismo moderno. Cualquiera le discrepa algo, por mínimo que sea, a una feminista de determinada corriente, automáticamente ya eres enemigo de la mujer. Pero esto es otro tema. Conozco bien la línea de pensamiento de muchos de estos grupos: anticapitalismo, comunismo, independencia, a grandes rasgos. Bajo su estandarte antifascista hay unas ideas las cuales, si no comulgas con ellas, eres un fascista. Y claro que comparto ciertos valores con los antifascistas de extrema izquierda, ellos se posicionan contra el racismo, la homofobia, la xenofobia, y cualquier persona decente está contra eso. Pero eso no te da carta blanca para hacer y decir todas las barbaridades que te plazca. «¡Soy antifascista, así que nada de lo que diga o haga puede ser usado en mi contra!». Algunos utilizan estas luchas loables y su bandera antifascista para comportarse en ocasiones como verdaderos fascistas. Claro, como ondeo la bandera antifascista, ergo soy de los buenos, todo lo que haga y diga está completamente justificado y diré que los que tengo en frente son los fascistas. Menuda táctica…A veces uno en estos grupúsculos ve un nivel de sectarismo inimaginable. Ellos son los únicos en tener razón, toda persona que difiera es señalada, atacada y deshumanizada como si de una bestia fascista come niños se tratara. La «superioridad» moral e intelectual de estos individuos es abismal. Discrepar de alguna medida tomada por el Gobierno o de alguna o algunas ideas de la izquierda no te convierte automáticamente en un fascista xenófobo que odia a todos.
El antifascismo puede llegar a dar bastante asco según se lleve a la práctica. Una prueba de este antifascismo de propaganda política lo podemos encontrar en una de las mayores vergüenzas sucedidas en la Europa de posguerra, el conocido Muro de Berlín. El verdadero nombre de este muro, el nombre oficial que la RDA dio a esta construción, fue «Antifaschistischer Schutzwall», en castellano: «Muro de Protección Antifascista». Este muro fue un símbolo fracasado del totalitarismo soviético, donde se disparaba a matar a todas esas personas que intentaban cruzarlo. El muro de la vergüenza, como también se le conocía, por separar durante años a familias y ser la causa de tantas muertes. Ese muro se tumbó con la valentía de quienes con amor, anhelaban la libertad y la democracia. Traigo a colación este capítulo de la historia porque el antifascismo llevado de la mano de algunos, también puede encerrar peligros. Bien es cierto que ese muro no simbolizaba el socialismo en sí, como ideología, ideología que no comparto pero respeto, sino más bien un Estado burocrático y policial que lejos estaba de una verdadera democracia. Y a lo largo de mi vida me he topado con izquierdistas que lamentan la caída de dicho muro, porque con su demolición, cayeron los sistemas socialistas y sus anhelos.
No quiero irme por las ramas ni hacer de esta entrada de blog un escrito largo y aburrido, pero es muy peligroso para el respeto y la convivencia que se demonice a todo aquel que no piensa de determinada manera. No voy a comprar jamás argumentos cargados de odio. Y sí, claro que desde rincones donde pululan la extrema derecha y los ambientes más conservadores, se lanzan igualmente barbaridades que de nada sirven y en nada ayudan. Pero no todo el que discrepa es un odiador cuya misión es atacar a homosexuales, mujeres e inmigrantes. Que no me vengan con la famosa paradoja de tolerancia descrita por Karl Popper, que me la conozco bien. Esto va más allá. No nos engañemos, la opinión pública siempre la ha manejado la izquierda, o las izquierdas. Y desde sus púlpitos, tanto políticos, periodistas y tertulianos, constantemente, se trata, y sin el más mínimo pudor, de fascista a quien exprese su disconformidad, aunque lo haga cívicamente y con argumentos. Y que conste que, aun apoyando en estos últimos años a la derecha, no me considero el típico derechista rancio y ultra conservador, porque la derecha en España, VOX más que el Partido Popular, suele ser conservadora, y yo nunca he sido ni seré de posiciones conservadoras. Aunque esto generaría considerable debate sobre qué es o no conservador, según se mire. Y aunque en mi adolescencia sí fui muy de izquierdas, con el tiempo me alejé de sus ideas peregrinas y sus filias y fobias. Me causan mucha desafección las izquierdas de este país. Políticamente, este que os escribe siempre ha andado huérfano y durante muchos años ni tan siquiera ha ido a votar.
A lo que iba, y para ir terminando, que una mitad demonice de esta forma a la otra hará que la sociedad se vuelva a bipolarizar, y gobierne quien gobierne, siempre habrá una mitad fanática que piense que está siendo gobernada por los malos a los que hay que derrocar. Desde la pluralidad política y los valores democráticos, hay que fomentar el respeto y la convivencia. Es cierto que en política siempre habrá debates acalorados, y más en España, país políticamente algo maldito, más aún. En política no hay nubes de algodón ni camino de rosas, todo son dentelladas, pero siempre manteniendo una serenidad, al menos así debería ser. Porque deshumanizar al contrario, fanatizar a las masas, no nos va a llevar por el buen camino.
No me gusta entrar en debates políticos, tengo mis ideas pero soy totalmente tolerante con las de los demás. Creo que la vergüenza del Parlamento se está adueñando de la calle, me parece que en estos momentos, cuando todos los partidos deberían mirar en la misma dirección, han suspendido todos en la asignatura de la democracia y la responsabilidad. Deberíamos aprender de otros países, luchar para salir de esta maldita situación y luego ya habrá lugar y momento para pedir responsabilidades por lo ocurrido… Pero no, cada vez se eleva más el tono y esa crispación se refleja en la gente, que se polariza cada vez más.
No nos merecemos los políticos que tenemos, de ninguna manera.
Un abrazo.
4 junio, 2020 en 22:44
Exactamente Estrella, son los políticos los que fanatizan a la gente y se ve trasladado a las calles, a veces de manera violenta. Todos los partidos políticos sólo piensan en sus propios intereses, es el primer objetivo que tienen en mente, enchufarse al erario público y perpetuarse en el poder. Todos lo hacen, mires a izquierda y a derecha. Son parásitos. Yo estoy muy lejos de las ideas de Julio Anguita, pero cuando murió recientemente, le dediqué en mis redes sociales un pequeño escrito donde alababa su figura política y personal. Ha sido el político más honrado que ha pasado por nuestro periodo democrático. Más como él.
Muchas gracias por pasar por mi blog y comentar, Estrella. Se bienvenida.
Un abrazo.
6 junio, 2020 en 15:41
Todo es respetable y tu artículo apunta hacia direcciones anti totalitarias, que respeto. Pero, aun siendo difícil distinguir bien entre todo el ruido (incluido el de las cazuelas), no dejo de percibir la musiquilla de fondo de un patriotismo nacionalista que conduce a posturas xenófobas, en parte movidos por el miedo y que proyectan en la gestión del gobierno ante esta crisis sanitaria, social y económica. Claro que el ruido también alcanzará a los errores de gestión de gobiernos autónomos, como el de Madrid. Hay, detrás de la inocente imagen de la señora tañendo su cazuela investida de bandera nacional, algo más que la protesta difusa por las acciones del gobierno de coalición. No seamos ingenuos. Y esto desata otras reacciones disparatadas y crea crispación. La cuestión es, ¿todo ello ayuda a resolver la situación que sufrimos? Y la respuesta es no. Porque esas protestas (no tan espontáneas como se quiere hacer creer) no vienen respaldadas por alternativas ni crítica constructiva; es vocear que lo que está pasando no nos gusta y que queremos que nos lo arreglen de otra manera y que sean otros los arregladores. Eso no sirve de nada.
La ciudadanía siente el vértigo del riesgo y la pérdida (de vidas, salud, trabajo…), pero echar la culpa al gobierno, además de injusto es inútil, no ayuda a resolver nada. Los errores, ¿cómo no va a haberlos?, se enmiendan con crítica constructiva y colaboración. Y se exigen responsabilidades a su debido tiempo y en los ámbitos competentes. Las cazuelas y las bocinas de los coches son el lenguaje de los villanos. Prefiero el ruido de las palmas reconociendo el sacrificio y esfuerzo de los héroes, que son los que luchan cuerpo a cuerpo con la pandemia y quienes ponen todo su saber hacer (lo que no excluye errores) en gestionar una solución. Y que son, en última instancia, con los que conseguiremos salir de ésta. Si conseguimos ser responsables, claro. Y eso también lo veremos en nuestro comportamiento cotidiano a medida que se vaya transitando hacia una convivencia y forma de relacionarse habitual.
Por último, ¿aprenderemos algo sobre desarrollo sostenible, medio ambiente, justicia social? ¿Seremos capaces de -no sin sacrificios- orientar nuestra forma de vida, el consumo y la producción, movilidad y forma de trabajo, hacia un mundo habitable?
Y el reto no es sólo de un país ni un continente, es mundial.
7 junio, 2020 en 10:17
¡Me ha encantado su comentario Julio! En primer lugar, muchísimas gracias por aportar tu granito de arena en Anhelarium con semejante comentario. Sea bienvenido siempre que quiera a este humilde rincón.
«Y esto desata otras reacciones disparatadas», me ha encantado esta frase suya. Porque es justamente lo que ocurrió en esos días. En esta otra frase: «orque esas protestas (no tan espontáneas como se quiere hacer creer) no vienen respaldadas por alternativas ni crítica constructiva», también le doy mucha razón, desde la derecha política pocas alternativas se han puesto encima de la mesa, más que echar leña al fuego y soltar una sarta de majaderías. Por parte de los de las cacerolas y bandera rojigualdas, bueno, no todo el mundo que se echa a la calle para protestar por algo en concreto que está sucediendo tiene un detallado plan para que el que mande lo lleve a cabo. Todos tienen derecho a protestar pacíficamente cuando algo que ven no les gusta. Tampoco le pidamos a la ciudadanía descontenta que proponga alternativas serias y eficaces cuando ni el propio Gobierno ha sabido hacer bien más de cuatro cosas. Aún recuerdo cuando desde la izquierda política y mediática se pedía la dimisión de Rajoy parte de su ejecutiva por haber gestionado «tan mal» la crisis del évola en España y por haberle quitado la vida a un perro. Todas esas personas que coléricas pedían la cabeza de los que mandaban en aquellos días, pocas alternativas ponían encima de la mesa. Me refiero a los que protestaban en la calle como los miembros de la oposición. Es lo de siempre, según diga o haga esto o aquello, estos de aquí reaccionan de una forma u otra.
Para terminar, con lo que comenta al final de su comentario, escribí una entrada de blog sobre la «nueva normalidad» y qué hemos aprendido al respecto. Le dejo el enlace a dicho artículo aunque ya le resumo lo que digo: a nivel colectivo nada vamos a aprender, de nada habrá servido esto, pero a nivel personal, seguro que sí, seguro que valoramos más la compañía de los nuestros. Algo es algo.
https://anhelarium.com/2020/05/14/vuelta-a-la-nueva-normalidad/
Un saludo, Julio, y de nuevo, gracias por su gran comentario.
9 junio, 2020 en 16:03
Gracias, Álvaro, por tu lectura mesurada y puntualizaciones. Un placer. Leeré, encantado, el artículo que propones.
Salud.
9 junio, 2020 en 20:48